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Luis Hernández Navarro
Andrés Aubry: el corcel desamarrado
Artículo puesto en línea el 14 de noviembre de 2007
última modificación el 29 de octubre de 2007

Tenía 80 años de edad. Venía de ver al médico. Andrés Aubry quería viajar
en su vehículo hasta Vicam, Sonora, para asistir al encuentro indígena.
Regresaba a San Cristóbal de las Casas. No alcanzó a llegar. Un
tractocamión color azul se impactó de frente en su camioneta tracker
blanca.

Andrés Aubry se encontraba en un momento de gran productividad. Se había
sobrepuesto al profundo dolor que le produjo la pérdida de su compañera,
Angélica Inda. Interlocutor privilegiado de la experiencia autonómica
zapatista, mantenía con sus dirigentes un diálogo fecundo. Su visión sobre
Chiapas había madurado.

Su formación ortodoxa devino heterodoxa. Nacido en Francia en 1927,
estudió etnosociología en Beirut, Líbano, y sociología e historia en
París. Trabajó en su país de nacimiento, en Bélgica y España. Fue asesor
del Concilio Vaticano II, el Celam, la UNESCO y la Conai. Su encuentro con
Samuel Ruiz en Colombia fue fundamental para que se trasladara a vivir a
México. Llegó a Chiapas en 1973, año de la última inundación histórica de
Jovel. La catástrofe -dijo- le enseñó que esa entidad es un estado
olvidado por la naturaleza y por los hombres.

Participó en el Congreso Nacional Indígena de 1974. Fundó, junto a Jan
Rus, el Instituto de Asesoría Antropológica para la Región Maya AC
(Inaremac). Junto con Angélica Inda editó 34 números del Boletín del
Archivo Diocesano de San Cristóbal de las Casas.

Andrés Aubry fue, simultáneamente, un intelectual de la otra Iglesia
católica chiapaneca y del mundo indígena. Acompañó la forja de la
institución eclesial popular de Samuel Ruiz en la diócesis de San
Cristóbal, la formulación de la teología india y la reconstitución de los
pueblos originarios en Chiapas.

Encontró en Bartolomé de las Casas la matriz de su rebeldía. “La Iglesia
latinoamericana -escribió-, como la lucha indígena, tiene 500 años. En
Chiapas nació rebelde porque el fundador de la diócesis, fray Bartolomé de
las Casas, fue condenado por el rey y la Inquisición en 1570. ¿La razón?
Entre muchas otras, pero la mayor: su tesis de que la soberanía del
continente es de los indios...”

Este carácter dual lo acompañó hasta su muerte. En la catedral de San
Cristóbal se ofició una misa de cuerpo presente. Sus restos fueron velados
en el templo de San Nicolás, convertido en capilla ardiente. Allí
acudieron indígenas rebeldes de Oventic. Sobre el féretro gris colocaron
la bandera rojinegra del EZLN.

Simultáneamente antropólogo, historiador y geógrafo, apostó a la gestación
de una nueva antropología que procese la experiencia indígena. Una
disciplina que sistematice sus experiencias, teorice sus prácticas y
recupere su saber, creando las condiciones para reactivar la memoria
colectiva. Encontró en la obra de Ferninand Braudel, Edgar Morin, Inmanuel
Wallerstein y Paulo Freire herramientas conceptuales para emprender esta
empresa.

Crítico acérrimo de la academia tradicional, Aubry se hizo alumno de los
indios. Acusó a científicos sociales de realizar “despojo intelectual” de
los conocimientos y sabiduría de los pueblos a los que “estudian”, con
fines totalmente ajenos a los de los propios pueblos.

“Sin revolución de la academia -afirmó- es impensable otra ciencia social
con enfoques dictados por los de abajo, trabajados y procesados por ellos
y en su beneficio, no programada por las clases académicas del SNI, el
Conacyt y otras burocracias intelectuales, sino por los actores sociales,
no objeto de estudio, sino programadores de nuestros estudios.” El experto
habrá de realizar “un encargo y un compromiso de dimensión comunitaria o
intercomunitaria, rural o urbana, donde investigará escuchando y resolverá
investigando”.

Aubry escribió regularmente en La Jornada. Su primer artículo, sobre la
Convención Nacional Democrática, realizada en la Selva chiapaneca, fue
publicado en 1994. El último: “Tierra, terruño, territorio”, data de junio
de 2007. En sus colaboraciones analizó temas sobre los paramilitares, los
desastres naturales en el Soconusco, la Diócesis de San Cristóbal y sus
sucesivos obispos, la iniciativa Cocopa y la transformación de Chiapas de
república bananera en república maquiladora.

Más que artículos de opinión, sus escritos son esclarecedores ensayos y
testimonios sobre la cuestión chiapaneca. Su redacción, siempre erudita,
sufría para ajustarse al tamaño requerido para un periódico diario. Nunca
protestó por ello. Su prosa estaba salpicada de términos e imágenes
nacidas lo mismo del minucioso trabajo en los archivos históricos que del
castilla hablado en las antiguas fincas.

A fines de los años 70 coordinó el proyecto en el que jóvenes indígenas
recogieron los recuerdos revolucionarios de los viejos de Zinacantán y los
publicaron en tzotzil y español en Cuando dejamos de ser aplastados. Su
último libro fue una polémica interpretación de la genealogía de su estado
adoptivo: Chiapas a contrapelo. Una agenda de trabajo para su historia en
perspectiva sistémica.

En alguna ocasión, para explicar la importancia de los acuerdos de San
Andrés y la autonomía para los pueblos indios, recurrió a la imagen de un
corcel.

Según su relato, un espléndido caballo tenía un único y embarazoso
problema: no podía correr. Su dueño gastó fortunas en consultar a
especialistas. Nada logró: seguía sin correr. Pero el mozo que lo cuidaba
los miraba a todos con una sonrisa de media burla. Desesperado, el amo le
preguntó:

 Si creés que sabés, ¿por qué no hablás? ¿Qué decís que tiene?

 ¿De veras querés saber? -le respondió el mozo.

 ¡Pos sí, ándale!

 Pero es que no me vas a hacer caso -insistió el cuidador.

 Decímelo de una vez. Órale, es la vencida, decímelo -respingó el patrón.

 ¿No ves, patrón? -dijo el mozo-. Lo que tiene este caballo es que está
amarrado. ¿Por qué no lo soltamos?...

Al igual que el mozo del cuento, Andrés Aubry pasará a la historia como el
hombre que dedicó su vida a ayudar a desamarrar las cuerdas que impiden
que el corcel de la autonomía indígena corra, reactivando la memoria
histórica de los pueblos originarios.

Luis Hernández Navarro.

http://www.jornada.unam.mx/2007/09/25/index.php?section=opinion&article=017a1pol


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