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Cuba libertaria Anexo N°13
“Apátridas” La sociedad del espectáculo entre cubanos
Artículo puesto en línea el 16 de enero de 2010

Perdido el sentido del ridículo
Estábamos allí: ¿Qué hice?
Encontré la gente apiñada en la
puerta de entrada. Alguien con el
talante de mecánico de camiones
antiguos, delgado y ojeroso – con
las uñas mordidas por el stress –,
estaba a cargo de administrar el
acceso (dosificado) al salón donde
ya sesionaba el evento de Últimos
Jueves de la revista Temas. La esta-
ban pasando pésimo las compañe-
ras que se encargan de organizar
estos debates. Nosotros, desde
afuera, sentimos en el pellejo pro-
pio toda la vergüenza ajena por el
atropello a que estaban siendo
sometidas las mismas. Solidarios
con ellas nos quedamos allí para
resistir 1. Éramos los de siempre en
este Últimos Jueves. Estábamos
ahora decididos a defender un
espacio de reflexión colectiva que
hemos construido con sentido
patriótico a lo menos durante la últi-
ma década. Merecíamos algo de respe-
to,además.Pudimos entrar por con-
cesión del Espíritu Santo. (¡Inefable
la Trinidad!) Entramos justo cuan-
do, desde el Panel, Desiderio 2
hacía un reporte de ciertas distor-
siones en los contenidos de la
Internet. Entonces el debate pare-
cía que retomaba el rigor y la pro-
fundidad que ha mantenido de
siempre en la discusión de estos
asuntos. El tiempo del Panel se
agotaba. Correspondía “el turno
del ofendido”: el público. La tradi-
ción acá es un público muy pelea-
dor y sagaz en los debates. Cuando
el balón regresa al Panel lo recibe
“caliente”.

Solicité la palabra antes, pero
debía esperar mi
turno. Escuche a Yos,
siendo el primero en
hablar, hacer la
Pregunta de todos:
¿Qué podía justificar
aquel asedio policíaco
contra los asistentes
al debate de Últimos
Jueves? Sin tituveos,
le contesta la coordi-
nadora desde el Pa-
nel: “El lugar pertene-
ce al ICAIC. Los agen-
tes de seguridad de la
institución eran los
únicos responsables
de todo cuanto allí
sucedía”. Después el
silencio. Subieron el
telón y se inició la
obra: Una joven se
acercó al micrófono
luego de escuchar su
nombre. Echaría afue-
ra la peluca que lleva-
ba en la cabeza. Para decir:
“¡Menos mal, han dicho mi nom-
bre!” (Suponemos que había entra-
do evadiendo el control policial en
aquel salón. Un hecho que podría
ser puesto en duda. Porque ella
dijo después haber sido persegui-
da desde su apartamento hasta el
Fresa y Chocolate por agentes de la Seguridad del Estado.) La chica se
refirió a sitios Web que censura el
Estado cubano. Política que nada
tendría que ver con la disponibili-
dad del “ancho de banda” en Cuba.
Cosas así, nomás. Un comentario
más – pensé –. En verdad, las críti-
cas que hacemos desde la izquier-
da en Cuba son terribles si éstas se
comparan con las frivolidades
dichas por aquella joven de larga
cabellera negra y frágil figurita de
top model. Estallaron en aplausos
los disidentes. Menos entendía
aquello. Pensé que perdía algo
esencial en esta escena.


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