"La vergüenza es un sentimiento revolucionario", Karl Marx.
Hay ideas y acciones sobre el mundo que pretenden transformarlo, ese es el leitmotiv del quehacer político, en donde las ideas del "Deber ser" acerca del bien Público son imperativos de lo social. Esto sucede en los extremos polémicos de las posiciones ideológicas que surgen de los sectores tanto de la "reacción" como de la "revolución", los que situados frente a la marcha de los acontecimientos históricos no solo se polarizan, sino que además cada uno en su postura no está exento de contradicciones o denostados equívocos. En esos territorios movedizos que sacuden las continúas tormentas de los conflictos sociales, la discusión acerca de los fines y los medios sigue estando a la orden del día en la política contemporánea.
En Colombia, país de múltiples contradicciones y contrastes sociales, ese difícil debate está presente. En él, la acción insurgente ha instalado como modo de lucha "política" una práctica que suscita grandes interrogantes. Uno de ellos sería: ¿Es posible legitimar el secuestro con intenciones de carácter económico o político?
Por un lado, el secuestro económico se ha adoptado como una táctica de "la guerra o la lucha de clases". En esa óptica, se le pretende distinguir del secuestro que realiza la delincuencia común, porque mientras ésta, en sus fines buscaría satisfacer la ambición y enriquecimiento de un grupo, quienes a cambio de los secuestrados tendrían como recompensa las utilidades del preciado botín, para los otros por el contrario serviría como un medio de financiamiento destinado a un propósito superior, altruista y justiciero, como es la revolución social.
De otra parte, el secuestro político intenta el golpe espectacular de gran impacto, mediante la retención y cautiverio de figuras de poder significativas, con el fin de servirse de ellas como medio de presión para obtener a cambio reivindicaciones sociales, derogación de leyes represivas, zonas de despeje militar, o producir canjes de "intercambio humanitario", para lograr la liberación de otros luchadores sociales y políticos, presos sindicados por los llamados "delitos de rebelión".
A primera vista aunque los medios no sean "legales" para el establecimiento, quienes los ejecutan los hacen ver como "legítimos" para el resto de la sociedad. Con este tipo de versiones de "la lucha armada" pretenden ser adalides de la justicia social y fuerza de choque para la defensa de los más desfavorecidos, frente a los abusos del poder. La argumentación también busca de paso advertir y castigar a los poderosos de toda laya, que con cinismo encubren y niegan la desigualdad y la injusticia. Esta acción desafiante es una forma audaz de responder, mediante el uso de la fuerza, a la "legalidad" y "moralidad" propia de los privilegiados. Sin embargo, esa lógica suele pasar por alto la relación entre los fines y los medios de la lucha social, ya que ese accionar no se pregunta si tales fines se justifican por tan pretendidos medios. Tampoco se cuestiona, desde otros aspectos de la justicia, la privación de la libertad, las vejaciones y/o suplicios tortuosos a los que se ven sometidos los prisioneros, el sufrimiento y desasosiego de seres queridos, además, el efecto contraproducente y repulsivo que generan estos métodos de lucha frente a una conmovida y vulnerable opinión pública.
Resulta paradójico, que desde esa orilla "revolucionaria" se cuestione con razón "la desaparición forzada" o el asesinato político, como formas crueles y execrables en la violación de los derechos humanos, perpetrada por acciones facistoides que buscan a sangre y fuego, disuadir, desmoralizar o suprimir del escenario social a las fuerzas de la oposición.
¿Hasta qué punto, la lucha política cuando se separa de la ética, termina desdibujando el proyecto de una sociedad mejor?
Desafortunadamente en América Latina y en particular en Colombia, donde aún sobrevive la lucha armada a favor de una supuesta "nueva" sociedad, está ha ido virando, desde hace algún tiempo, hacía el peligroso camino autoritario del Stalinismo. Lucha, en las que minoritarias elites "vanguardistas" y mesiánicas, gracias a la acción militarista, se han creído portadoras de la verdad y el derecho absoluto de disponer de la vida de toda clase de personas, disidentes o secuestrados, y del destino de un país.
Lo más vergonzoso del asunto es que con esto, en el continente, están contribuyendo a una suerte de harakiri político del socialismo, ya que sus prácticas suicidas en casi nada se diferencian de la barbarie dictatorial, paramilitar y fascista. Monstruo narco terrateniente de varias cabezas, que se ha engendrado a imagen y semejanza de sus opositores. Es a todas luces claro que por ese atajo autoritario no solo se pervierte la lucha por la justicia social, sino que se corre el desdichado riesgo de terminar pareciéndose al "enemigo".
Privar de la libertad a seres humanos ricos o pobres, (como soldaditos y policías rasos) y usarlos maquiavélicamente como botín o escudo de guerra, en improvisados e incomunicados remedos de "archipiélagos gulag" en lo más espeso y precario de la selva, durante largas temporadas en el infierno, es simple y llanamente Fascismo. Quienes amamos la libertad y la justicia social no podemos caer en la trampa y creer con ingenuidad, que hay un fascismo bueno de izquierda, justificado, y otro, malo de derecha, injustificado. El fascismo es precisamente una oligarquía armada y antidemocrática, que se vale del monopolio de las armas para imponer a ultranza su voluntad. El pueblo como sociedad organizada, el individuo libre y crítico, deben oponerse por entero a tan nefastos medios, si no quieren ser tarde o temprano cómplices o victimas de tan fatales propósitos. Es urgente también empezar por defendernos de quienes dicen defendernos.
Lo pavoroso y trágico de una guerra sucia y soterrada como la colombiana, es que nos vamos acostumbrando a una pérdida de valores éticos donde se nubla el horizonte de la justicia, y ya no se reflexiona acerca de lo prudente, perjudicial e inconveniente de las acciones políticas emprendidas contra la integridad ética de otros.
¿Qué sentido o qué valor tendría permanecer anclados a los inhumanos principios de una guerrilla histórica, cuando sus prácticas de supuesto brazo armado del pueblo, lo único que hacen es ahondar un sentimiento de repudio nacional e internacional y fortalecer a su vez, leyes o gobiernos de derecha, que so pretexto de "combatir el terrorismo", criminalizan todo signo pacifico de protesta social?
Sí lo que se busca es una transformación más humana y justa de la sociedad, está no se puede construir con la misma lógica de poder autoritario como la que por tradición ha manejado la derecha más reaccionaria. Además, ¿Cuánto más daño seguirá haciendo está equivocada práctica, a la causa de un socialismo libre y democrático, distinto al del estalinismo, el cual sigue haciendo curso en América Latina a través de sus actuales epígonos?
Ivan Dario Alvarez,
titiritero y director del antiguo periódico anarquista Biófilos.
Residente en Bogotá