El 28 de junio de 2009 las Fuerzas Ar-
madas de Honduras expulsaron al presiden-
te del país Manuel Zelaya y detuvieron a 8
de sus ministros, nombrando como presi-
dente provisional a Roberto Micheletti . El
golpe fue dado dentro de un cierto marco de
legalidad, ya que la Corte Suprema hondu-
reña reconoció más tarde haber emitido la
orden para la acción militar contra Zelaya, al
que acusó de diversos delitos. El congreso
declaró el estado de sitio, ilegalizando cual-
quier movilización en su contra y suspen-
diendo las garantías individuales. Los gru-
pos de poder de Honduras apoyaron el gol-
pe, si bien fue condenado por todos los go-
biernos latinoamericanos, europeos y hasta
por el gobierno de los EEUU.
Algunas tibias reacciones, como el retiro de
embajadores, suspensión de créditos y algu-
nas sanciones económicas, fueron la res-
puesta internacional.
La causa del golpe fue impedir un referén-
dum para cambiar la constitución hondu-
reña, que planteaba, entre otras reformas, la
posibilidad de la reelección indefinida del
presidente de la república. La inclinación
amistosa hacia el presidente de Venezuela,
Hugo Chávez, y el supuesto antiimperialis-
mo de Zelaya (en verdad un político rico,
del mismo Partido Liberal que su sucesor
golpista) son las causas a que la izquierda
atribuye el golpe “imperialista”. En reali-
dad, este golpe que molesta a Chávez por
perder un socio comercial en el ALBA y un
aliado político (de escasa envergadura), está
muy lejos de ser el inicio de una reacción
antidemocrática y golpista patrocinada por
los EEUU. La democracia contempla meca-
nismos de autodepuración y autorregula-
ción, entre los que las maniobras ilícitas
dentro de un marco legal son una variante
más. Las “democracias débiles” de los años
de la guerra fría, caracterizadas en el repug-
nante best-seller de los ochenta del periodis-
ta Robert Moss, “El colapso de la democra-
cia”, ya no existen. El peligro militar apare-
ce como una amenaza lejana, y la democra-
cia santificada (por izquierda y derecha)
siempre se reconstituye. Después de todo,
no deja de ser siempre un juego de intereses
entre burgueses; algunos como Zelaya, rom-
pen el molde y se presentan como héroes del
pueblo, cuando en realidad son burgueses
que matizan su capacidad explotadora y ex-
poliadora, con una cierta prodigalidad en el
uso de las arcas del Estado.
El juego democrático interburgués permi-
te convivir al populista burgués Chávez con
sus rivales políticos y empresarios, al nazi-
democrático Uribe con la oposición de iz-
quierda, al indigenista Evo Morales con la
elite blanca de Santa Cruz de la Sierra, al
“ex obrero” Lula con el empresariado indus-
trial y desarrollista brasileño, al peronista
Kirchner con la oposición defensora de los
intereses de la Sociedad Rural. El clima sue-
le ser tenso, y muchas veces se puede tornar
algo violento, pero siempre dentro del juego
democrático. Si los medios de comunicación
molestan, se cierran algunas radios o perió-
dicos, se impiden ciertos consensos en el
Congreso, o se retienen partidas presupues-
tarias para perjudicar a los rivales políticos.
Si hay algo que demuestra la capacidad de
sobrevivencia del sistema democrático es el
que ha logrado superar verdaderas crisis
políticas y económicas, como en Argentina
en diciembre de 2001. Para las situaciones
extremas existen los Fujimori o los Uribe,
que se han enfrentado exitosamente y con el
mismo nivel de terrorismo de Estado a los
grupos guerrilleros stalinistas de las FARC y
maoístas de Sendero Luminoso. Aunque a
veces la burguesía suele ser tan reaccionaria
y obtusa, que prefiere romper las reglas del
juego que ella misma ha creado, y allí tene-
mos un golpe de Estado como el de Hondu-
ras. Zelaya ni siquiera puede ser acusado de
izquierdista, y evaluando sus políticas uno
puede llegar a la conclusión de que incluso
está un poco a la derecha del matrimonio
Kirchner.
Zelaya podrá volver o no a la presidencia
de Honduras, pero toda la actuación teatral
haciendo de indignados que brindaron los
miembros la comunidad política internacio-
nal, ya no se puede disimular. A algunos
podrá importarle restituir a Zelaya, segura-
mente a Chávez, Ortega o algún otro aliado
político; pero a la comunidad internacional
en realidad le importa mantener las formas
democráticas, porque los contenidos políti-
cos se adaptan perfectamente a ellas. Lo que
es seguro es que la solución será negociada,
haciendo entrar en razón a Zelaya que es
mejor no quitar los pies del plato, o brindan-
do la posibilidad “al pueblo” de resolver en
las urnas la situación, manipulando resulta-
dos o atemorizando al electorado.
Los golpistas de la oligarquía hondureña
son repudiables, no por golpistas sino por
pertenecer y defender los intereses de una
clase explotadora, hambreadora, asesina,
privilegiada, autoritaria e inquisitorial. Los
derribados del poder son parte reformista de
la misma clase, y por lo tanto no valen más
que los anteriores. La izquierda partidaria y
algunos anarquistas han repudiado enérgica-
mente el golpe, tomando partido por Zelaya.
Todo se reduce a presentar la realidad en pa-
res antagónicos: dictadura o democracia,
pueblo u oligarquía, imperialismo o gobier-
no nacional y popular. Presentan la situa-
ción como la ofensiva de la oligarquía títere
de los yanquis contra el “movimiento popu-
lar”. Es una opción equivocada, porque
siempre terminamos eligiendo el mal me-
nor. Por supuesto, es mejor ser pobre que
ser indigente, tener una camiseta agujereada
antes que estar desnudo, pasar hambre antes
que morir de inanición o vivir en democra-
cia antes que en una dictadura. Adoptando
estas “tácticas políticas” no se podrá preten-
der nada más que el pueblo hondureño se
movilice para “restituir” a Zelaya, tal como
alguna vez los obreros argentinos lo hicieron
por el exiliado Perón, para finalmente morir
baleados y torturados bajo la consigna “Lu-
che y vuelve”. Algunos “revolucionarios” de
cerebros extraviados y escasa capacidad de
análisis fuera de los cánones de la izquierda
tradicional, tan integrada y comprometida
con la democracia como la derecha, creen
que el pueblo se radicalizará y presentará re-
sistencia al gorilismo del gobierno golpista,
cuando en realidad difícilmente se luche por
otra cosa que volver a restituir a Zelaya.
¿Y la democracia hondureña? Nunca mejor
aplicado el dicho cervantino: “Los muertos
que vos matáis gozan de buena salud”.
Patrick Rossineri
2 OCTUBRE NOVIEMBRE 2009